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De vuelta al pueblo
En los últimos años los pueblos han recuperado la importancia y el valor que nunca debieron perder. Bien sea por la falta de dinero y días de vacaciones o por un sentimiento de nostalgia la gente vuelve a los pueblos en verano para recordar sus raíces, reencontrarse con viejas amistades y visitar a la familia.
Durante mucho tiempo los destinos internacionales y exóticos fueron los preferidos por la mayoría de nosotros para pasar las vacaciones de verano. Las playas de agua cristalina y los “todo incluido” parecían no tener rival durante los meses estivales. Sin embargo, el cataclismo económico de hace unos años obligó a la mayoría de españoles a renunciar a las vacaciones de lujo por unas más austeras: la vuelta al pueblo.
¿Quién no tiene un pueblo, bien propio o bien de sus padres o abuelos, al que le encantaba ir de pequeño? En otras épocas la visita era casi obligada. Toda la familia se reunía durante unos días en el que los niños aprendíamos a montar en bici, trepábamos por los árboles, jugábamos al escondite y al pilla pilla y volvíamos a casa con la ropa manchada de barro y las rodillas llenas de rasguños (cicatrices que aún se conservan). En aquella época no nos hacía falta televisión, teléfono movil, ni play station.
Entonces estabas todo el día en la calle intentando esquivar a las amigas de tu abuela que te paraban a cada rato para preguntarte “¿Y tú de quién eres? Uy, si eres clavadita a la Paca”. Momentos impagables que hoy recuerdas mientras se dibuja una sonrisa en tu cara. Como impagable también era cuando llegaba la noche y toda tu familia sacada las sillas a la puerta de casa para “echar el rato” con una bolsa de pipas y el parchís.No necesitabas más.
Después te haces mayor y solo quieres salir de fiesta con tus amigos, visitar grandes ciudades y “ver mundo”. Empiezas a ir cada vez menos al pueblo porque siempre tienes un plan mejor y porque “allí me aburro, no hay nada que hacer”. Lo abandonas. Olvidas lo feliz que fuiste allí y desapareces hasta que maduras y un sentimiento incontrolable de nostalgia inunda tu memoria. Es entonces cuando comprendes lo que echas de menos aquel lugar y deseas volver a ser niño cuando tu única preocupación era intentar construir una casa en el árbol como la de las películas.
El que tiene el pueblo tiene un tesoro. Por más hoteles de lujo que se nos pongan por delante nada podrá sustituirlo jamás. Recuerda lo feliz que fuiste allí, tu primer beso, tu primer amor de verano, tus primeras promesas de amistad eterna y descubrirás el porqué de la importancia de no dejar que los pueblos caigan en el olvido. Ese sentimiento de felicidad y añoranzano se compra ni con todo el oro del mundo.